El mito de la "madrastra bruja"
En la familia ensamblada hay más vínculos y personas involucradas que en una familia tipo, y en este entramado de relaciones y connotaciones, hay dos figuras que se destacan de modo negativo en el imaginario colectivo: “el padrastro” y “la madrastra”.
En el ámbito del derecho de familia, para referirse a los lazos de parentesco que se derivan del vínculo que une a cada uno de los cónyuges con los parientes consanguíneos del otro, se habla de “parientes afines”. Nuestro Código Civil reconoce al padre afín (padrastro), a la madre afín (madrastra) y a los hijos afines (hijastros) como “parientes afines” en primer grado. Estas denominaciones tienen la ventaja de eludir la carga emocional negativa que conllevan los términos "padrastro" y "madrastra", pero hasta el presente, tropiezan con el inconveniente de ser poco conocidos para el común de las personas. Los seres humanos construimos la realidad en el lenguaje, en las conversaciones que mantenemos los unos con los otros, de modo que la ausencia de un nombre propio socialmente aceptado, influye negativamente en el desarrollo de la identidad personal. Además, en lo que se refiere a la familia, la forma de nominar a una persona, la sitúa dentro o fuera de la misma.
Muchas mujeres con hijastros niegan calurosamente su condición de madrastras, como si ello implicara una nefasta relación con los hijos de su cónyuge. Pero, -no debemos asombrarnos- la sociedad en su conjunto contribuye a su modo de sentir.
Desde la sociedad se les envía a las madres y padres afines un mensaje ambiguo: por un lado se espera de ellos que traten a sus hijos afines como si fueran propios y, por otro, se espera que les inflijan alguna forma de daño o perjuicio. Es indudable que, independientemente de sus orígenes, los mitos de la “madrastra bruja” y del “padrastro cruel” están sostenidos por todo el andamiaje social. Tales mitos no se compadecen con la “era del saber” que hemos empezado a transitar en nuestros tiempos. Ocurre que aún la fuerte adhesión al modelo de familia nuclear como ideal normativo, impide la aceptación social de la diversidad familiar. En todo caso ..., hay buenos y malos padres y madres afines, como hay buenos y malos padres y madres.
Los chicos toleran el noviazgo del papá o de la mamá, pero luego del rematrimonio, suelen cambiar de actitud. Muchas madres afines comentan azoradas: “La hija de mi marido me adoraba, se llevaba muy bien conmigo hasta que nos casamos. Ahora, no me puede ver”, tal como si se tratara de un enojo personal; ignoran que este cambio en la relación tiene raíces que trascienden sus características personales: es resultado del lugar que ocupa en la estructura familiar, al lado del padre y antes ocupado por su madre.
El rol de las “madres afines”
Las madres afines, por lo general, lo pasan peor que los padres afines, debido a que la sociedad espera que sean más nutrientes y cariñosas que los hombres. Como las mujeres reciben una educación más centrada en el cuidado de los niños y de los vínculos familiares que los varones, también son más exigidas a que “todo marche bien” desde un comienzo en la nueva familia. La creencia popular que asegura: “todas las mujeres nacen madres”, las hace más vulnerables, especialmente cuando no tienen hijos propios. La idea de que ciertas cualidades -tales como la habilidad para cuidar a los niños- son atributos propios de la naturaleza femenina, está tan aferrada a nuestras creencias que para algunas mujeres sin hijos su rol de madre afín, es una oportunidad para probarse a sí mismas “como mujeres”.
Las madres afines enfrentan desafíos cotidianos para los que no están preparadas. Obviamente, ninguna mujer aprende desde pequeña a cumplir ese rol, ninguna niña cuando juega con sus muñecas lo hace soñando que algún día tendrá hijos afines. Tampoco su esposo, ni quienes la rodean, saben a ciencia cierta cuál es su función. Sin embargo, todos esperan que sepa conducirse, como si la parentalidad fuera una habilidad innata o como si ejercerla en una familia ensamblada, fuera lo mismo que en una familia tradicional.
A menudo, las madres afines, impulsadas por expectativas irreales y por el mito del “amor instantáneo”, sienten el rechazo de sus hijos afines como un fracaso personal. Otras veces, impulsadas por nobles sentimientos, creen que deben reparar el daño ocasionado a la familia por el divorcio o por la muerte del otro progenitor. Especialmente, si la vida matrimonial anterior fue penosa o en el presente el otro progenitor se desentiende de sus hijos, asumen como un deber la responsabilidad de hacer feliz a la nueva familia.
Otro factor de estrés que se agrega al rol de la madre afín, es la evaluación de su desempeño que hacen, no sólo los chicos, sino también el esposo, otros familiares y hasta los amigos. No faltan aquellas oportunidades en que frente al rechazo de los chicos, el esposo y familiares la responsabilicen diciendo “si fuera un poco más cariñosa ...., si les tuviera más paciencia ..., ellos la querrían”.
Sin embargo, de ningún modo los padres y madres afines son “madres o padres sustitutos/usurpadores”, no importa cuán difícil sea la relación de los chicos con su madre o padre biológico. Tampoco importa cuán maravillosa sea “ella” o “él”. Los chicos, antes de amarlos, deberán superar fuertes sentimientos de “deslealtad” hacia su progenitor. Hace falta mucha prudencia, tacto y comprensión, cuando se trata de los sentimientos filiales. Las madres afines, que no los toman en cuenta verán destruirse la posibilidad de crear un vínculo de afecto y cordialidad con sus hijastros.
¿Qué sucede cuando la madre biológica ha fallecido?
Contrariamente a lo que suele creerse, cuando se es madre o padre afín, habiéndose casado con una persona viuda con hijos, la posición en la familia es más complicada. Sucede que, por lo general, se tiende a idealizar el recuerdo de los seres queridos que fallecieron. Luego de la muerte de un progenitor los chicos y probablemente otros miembros de la familia, como abuelos o parientes cercanos, idealicen su recuerdo. La persona fallecida se convierte, para la historia familiar, en una especie de fantasma impregnado de virtudes. En la comparación con ese recuerdo, inexorablemente el nuevo integrante perderá sus mejores atributos. De ahí la necesidad de aclararles a los chicos que no se pretende ocupar el lugar de la mamá o del papá fallecido. Actuar con suma prudencia hasta tanto sean valorados por sí mismos, parece ser la regla para que los chicos acepten al nuevo miembro.
Consejos para padres afines
Madres y padres afines deben saber que no les caben las mismas responsabilidades legales que a los padres biológicos en el cuidado y la educación de los chicos, pero su rol como apoyo y sostén emocional en la crianza es, sin duda, definido e importante por sí mismo. Tampoco deberán culparse por no querer inmediatamente “a los hijos del hombre que aman”, ni esforzarse en sentirlos como si fueran sus propios hijos. En definitiva, nada que no sea acorde a la realidad estructural de la familia ensamblada, es posible. En cambio, es importante desarrollar desde el comienzo relaciones cordiales y respetuosas.
Así como a los niños se les debe dar el tiempo necesario para que surjan en ellos sentimientos positivos, también las madres afines necesitan tiempo para establecer un vínculo de afecto con ellos.
Las buenas relaciones y el cariño no se instalan “de golpe”, son el resultado de recuerdos de buenos momentos compartidos. Son el corolario de una historia y... ¡construir una historia lleva tiempo!
Luego de las primeras etapas de la vida familiar ensamblada, las madres afines pasan de la sensación: “algo debe andar mal en mí”, a otra etapa en la que pueden poner nombres a sus sentimientos: “me siento celosa porque realmente me excluyen”. Dejan de pensar: “es mi culpa” para decir: “esto no me gusta”. Las madres y padres afines son “agentes de cambio”, son el eje alrededor del cual se reestructura la familia. Cuando perciben claramente aquello que les disgusta y expresan sin temor los cambios que debieran ocurrir para sentirse más cómodos, todos tienen la oportunidad de hacer los ajustes necesarios para que la nueva unidad familiar funcione adecuadamente.
Por lo general, previo a alcanzar la estabilidad, las familias ensambladas pasan por un período de arduas discusiones que preludian la posición más fuerte del padre o madre afín. Las parejas superan esta etapa, comprendiendo la necesidad de trabajar juntos y lograr acuerdos, para conducir a buen puerto su familia. Algunas parejas tardan cuatro años en llegar a este punto. Una vez fortalecidos los vínculos ensamblados, los padres afines asumen el rol disciplinario y los padres biológicos se corren dejando libre el camino para que su pareja pueda gozar de todo lo gratificante que depara la relación con los hijos afines.
Las “familias ensambladas exitosas” están satisfechas y contentas; sienten que alcanzar la estabilidad les demandó tiempo y esfuerzo, pero se consideran recompensadas. Sus miembros han aprendido a negociar, a ser tolerantes con las diferencias, flexibles y creativos. Los chicos tienen en el hogar ensamblado un modelo de pareja que se ama y se brinda cuidados mutuos. Para todos ha traído el beneficio que depara una segunda oportunidad.
Fuente: FamiliaS21 Internacional- Dra. Dora Davison